martes, 13 de abril de 2010

Cuaderno de monstruos

nº 34: El hombre del pasaje misterioso. Se esconde detrás de unas rejas gruesas, en la unica casa con rejas gruesas del pasaje misterioso. Mis investigaciones me llevan a sospechar que las rejas sirven para contener sus transformaciones. La figura muestra una posible forma en la que se transforma. (Nota: el dibujo es una recreación no confirmada.)

nº35: El niño de los alaridos. Nunca he podido tener una confirmación visual de la forma física de este niño (si es que es un niño) porque sólo lo oigo detrás de altas panderetas, pero por los ruidos que emite he determinado que probablemente
-se alimenta de ratas y pájaros
-se arrastra a menudo por el suelo (piel escamosa?)
-intensifica sus gritos en luna nueva (considerar la posibilidad de un hombre-lobo-inverso)

nº36: Pequeñas manifestaciones monstruísticas en el cuarto de aseo. Signos de una vasta cultura microscópica monstruosa, signos legibles sólo para alguien del tamaño de un sacapuntas (aprox.) Dejo este punto en espera de investigaciones adicionales, con una lupa más potente.

nº37: El bebé oculto. Guagua enigmática que la pareja del 2C lleva tapada en un coche, junto a otro bebé de aspecto normal. En uno de mis seguimientos pude detectar una manito oscurecida (¿con vello dorsal?) que salía de la gruesa tela para recibir un paquetito de manos de su madre. Sonidos gorgeantes y algo como un huesito de pollo que cayó al suelo después. Esta prueba lamentablemente despareció, sustraída por un perro.
Cerró con cuidado el cuaderno de monstruos, lo rodeó con las cintas rituales (roja y blanca) y lo guardó con cuidado en la caja vacía del juego de Monopolio, donde estaba seguro que nadie lo encontraría casualmente. En contraste con lo que decían sus profesores, era muy prolijo y ordenado cuando el asunto lo merecía. Pero realmente, le conocían poco.

Desde el primer piso le llegaron las voces histéricas de los nº1 y nº2, que discutían. Nº1 replicaba poco, con una voz grave y monótona. Repetía mucho una frase. Nº2 elevaba su voz tanto como le era posible, como una cuerda en tensión. Interpretaban este dueto a diario.

Se preguntó cuando llegaría ese día en que inexorablemente se convirtiera en uno de ellos, y si habría alguien ahí para registrarlo en el cuaderno, con su propio número y características.

No es que esto le apenara. Sólo le preocupaba la rigurosidad.

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