sábado, 3 de abril de 2010

Murió de risa.

El informe indicaba muerte por asfixia, lo cuál, al escucharlo parecía razonable, sin embargo, para quienes vimos cómo Bryan pasó de ser un hombre de tez morena, ojos y pelo negro, un poco pasado de peso (él mismo lo reconocía, no es pelambre), perfil de nariz punta roma y llamativa sonrisa, a un estado, cómo decirlo… azul, como el queso, con la misma forma, textura, olor y densidad.


Fue muy brusco todo. La confirmación de su deceso se volvió, literalmente intragable.

En fin, sólo lo cuento para expiar la culpa y para saber si volveré a almorzar, algo que, hoy por hoy, se volvió mecánico. Siempre mirando el plato, a lo más la formalita beige (que horroroso color) que sirve de mesa en la cocina.


Antes comíamos los cuatro juntos. Siempre tratando de coordinar nuestro horario de colación para pelar el tomate y a la de contabilidad que se juraba mina, o como diría Bryan, se jura “estupótica”, tallas fomes que dan paso a tallas mejores y así hasta terminar dejando el plato a un lado, aduciendo a que la comida esta salada, de ayer o simplemente demasiado caliente (y voh), nunca reconociendo que la conversa esta mejor, tratando de aliñar la vida contando penurias de la vecina del pariente de la señora del aseo. Eso si que es ponerle sabor.


Bryan tenía en la punta de la lengua la talla perfecta para rematar el chiste fome. Para eso Bryan era experto, todo lo transformaba en cosquillas en la garganta y chistosos atoros de comida. Todo indigno, ya que comer y reír, una relación bien piante , donde salen risas con pedazos de comida voladora, disparos de escupos y más de algún gas delirante.


Ese día todos queríamos olvidar que era Lunes, de una semana cabrona, esas donde el monedero esta rajado, los jefes andan constipados, menopáusicos y con dolores de parto alineados con su sentido del humor.

Todos llevamos de almuerzo las sobras del fin de semana y entre nuestros platos no daba ni para menú de orfanato, lo escaso de nuestro panorama convocaba la desgracia de antemano.

Bryan empezó a burlarse de mis papas que parecían siliconas vencidas, después el ataque fue contra la ensalada de repollo y un alabanza a la hinchazón estomacal y así, nadie lo paró con sus tallas fomes. No fue hasta que se metió con la estudiante en practica y su pan con palta que quedo la embarrada. El pan daba lástima, estaba congelado y tieso.


“…Tieso el que no tiene hueso, se lo comió travieso, atravesado como te gusta a ti, no a mi gusta derecho para que me entre bien, a ti que te gusta derecho y sin piel, aprovecha y te comes la ensalada de habas peladas, sin pellejo, al menos, me lo como entero para no dejar pedazo, claro eso es lo que quieres tu…


Resulto ser que la chiquilla nueva le respondió cada talla con otra de calibre mayor hasta desajustar al chistoso.

Nosotros gozábamos con las tallas y nos volvimos hambrientos de ellas, olvidamos nuestros almuerzos y cada cuál tomo partido azuzando a los contrincantes para ver quién vencía al otro.


El golpe maestro surgió de una ensalada de pepinos.

Bryan agarro la fuente con la ensalada y se la acerco a la chiquilla nueva y le dijo: “pucha, que debes andar con pena, un minuto de silencio por el consolador que se nos murió”… las risotadas se expandieron por toda la cocina. La chiquilla no se amilano y dice: “soy generosa y pico pa todos… pico para todos ”.

Bryan aguanto lo que más pudo la risa atascada, pero la chiquilla nueva lo bombardeó con esa talla. Algo en ella la hizo descubrir que Bryan tiraba la talla primero, pero en verdad se reía por dentro, se contenía y toda esas ganas de reír estaban en él como una mina antipersonal aún sin activarse.


Bryan no aguanto más.


La risa se le volvió espuma, carcajadas que subían igual que descontrolada sal de fruta, subiendo por su boca y perdiendo todo pudor. Se atragantaba y volvía a reír y rápido que volvía a subir la espuma y ésta que se escurría por su mentón y Bryan dale de limpiarse con la manga del polerón, lo cuál, más risa nos daba, por su desesperado acto de decencia sin glamour alguno. Bryan respiraba cortado sólo para reírse más (o para disimular que se le devolvían los jugos gástricos), pero parecía mentira como se reía, quizás por años de aguantarse la risa.

Se reía a carcajadas abiertas, intentaba controlarse pero no podía, se reía y corrían lágrimas por sus morenas mejillas , se reía y más se reía. Daba risa su risa y todos reíamos no pudiendo parar.

Alguien le dio un vaso con bebida al Bryan y éste lo tomó, yo lo vi.

Comenzó a aletear con sus brazos y luego se tomaba la garganta. Alguien dijo “miren, le esta dando un ataque de risa” y todo parecía chistosamente real y le pedimos que cortara el leseo pero Bryan se cayo de la silla, era tan absurda la escena que lo creí falso… cómo se iba a caer de la risa.

Bryan reía y se afirmaba el cuello, luego trato de pararse y no pudo. En menos de lo que se escucha “esto es verdad, esta ahogándose de risa” vimos como Bryan dejó de respirar… Su cara estaba radiante, con una sonrisa que conmovía. Debe haber vivido una sensación que lo dejo exhausto.


Extraño a Bryan, todos los días lo extraño.

Supiera cuánto he engordado, será por abulia, será por costumbre, pero ahora me como toda la comida, en silencio, mirando mi plato.



Por Paola Gutiérrez

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